Tejía suéteres y sueños.

Hoy se cumplen 25 años del fallecimiento de mi mamá. Hace ya algunos ayeres y poco más de la mitad de mi vida. Mi mamá fue una mujer con muchas virtudes y quien seguramente también tuvo sus defectos, los cuales nunca vi, por cierto; y si los ví, el amor de madre y el amor que le tenía los habrán eclipsado. No recuerdo haberle tenido rabia o enojo debido a alguno de sus regaños o castigos. Lo que si hubo fue mucho cariño en ese espacio llamado casa. Con eso me quiero quedar, aunque algunos de mis hermanos no coincidan porque seguramente mi mamá habrá sido dura con ellos, y yo tuve la suerte de nacer cuando mi mamá ya se había cansado de eso.

Ella era mal hablada y le aprendimos algo de su picardía. Cuando la “sacábamos de quicio” por alguna travesura no dudaba en maldecirnos y recordarnos que eramos unos “hijos de la chingada” debido quizás al enfado acumulado después de haber parido, alimentado y educado a tanto hijo. Pero cuando las aguas volvían a su nivel nos dábamos cuenta de que no era cierto, que éramos hijos de ella, volviendo así el bienestar a casa.

Mi mamá tejía unos suéteres hermosos, tenía una serie de revistas patrocinadas por ºestambres el gato¨ de donde se inspiraba para tejerlos. Me atrevo a pensar que todos mis hermanos habrán tenido en algún momento de su vida un sueter tejido por mi madre, si no corrieron con esa suerte al menos yo si puedo presumir de haber tenido al menos dos que son los que recuerdo, uno color rojo que tenía en el frente la silueta de un carro blanco con contorno azul oscuro, del cual había dos copias que, si no me equivoco, eran uno de Ursula y otro de mi sobrino Alfonso. Recuerdo otro sueter ¨de trenzas¨, color café claro, que tejió cuando yo rondaba el último año de la secundaria o el primero de prepa, y era parte de las prendas que usaba para ir a ver a la novia. Me duró muchos años, hasta hace unos pocos aun me lo puse, ya falto de color y textura, pero aun entibiaba el cuerpo y el alma.

Quien corrió con más suerte fue mi hermano Everardo, el vistió los suéteres más audaces hechos por mi madre. Mi madre tejía suéteres a la vez que tejía sus sueños y los sueños protagonizados por sus hijos. Se sentaba a la orilla de su cama frente al televisor en su cuarto y al ritmo de la novela de moda, no perdía el hilo del drama a la vez que hilaba el frente, la espalda, una manga o la otra. En el espacio de los comerciales llamaba al futuro portador de la prenda para rápidamente pedirle estirar el brazo o voltearse de espalda para medirse el avance que llevaba y calcular lo que faltaba.

Pasados los comerciales nos pedía retiráramos, y si nos quedábamos era para ver el tele-drama en silencio. De repente, mientras seguía tejiendo, exclamaba alguna maldición dirigida al villano o villana de la novela. Ya más tarde, casi una hora antes de que cayera la noche cumplía con el ritual de salir con mi papá a comprar el pan. Era un momento, creo yo, para curiosear, darse cuenta de los cambios en las calles, ver a las personas, saludar a los conocidos que pudieran encontrarse caminando por la calle principal o por alguna de las aledañas, era momento para saludar a don fulanito o a doña fulanita quienes estaban fuera de su casa tomando el fresco o dirigiéndose también a hacer alguna diligencia, pero también era un momento para mis padres durante el cual se ponían al día. Así vivió mi madre muchos años, después de tener el nido lleno padeció seguramente el llamado síndrome del nido vacío, el cual se llenaba efímeramente cada navidad o se medio llenaba en unas vacaciones de semana santa o en algún festejo de algún bautizo o cumpleaños de alguno de sus hijos o nietos.

Entonces sucedió lo que hoy me hizo recordarla, hace 25 años partió, y le lloramos muchos días, muchas semanas, muchos meses y muchos años, y tras el paso del tiempo, aun de vez en cuando volvemos a soltar unas cuantas lágrimas; quizás por los sentimientos encontrados por no haberla tenido más tiempo y no haber disfrutado más de su presencia, su música, sus anécdotas. Pero agradecidos al final porque tuvimos, quienes la conocimos, la oportunidad de aprender de ella y de recordar las sonrisas, las picardías, su deliciosa comida y los ratos a los que nos convocó cada navidad, cada fin de semana que se pudo, cada periodo de días festivos y a los que nos sigue convocando cada ocasión en la que tenemos la oportunidad de estar o hablar con mi papá o de hablar entre hermanos. Va pues este relato de recuerdos a la memoria de mi madre, con cariño para el amor de su vida, mi padre; y para cada uno de mis hermanos, a quienes quiero mucho y admiro, y para todos mis sobrinos, los que tuvieron la suerte de conocer a su abuela Delia y a los que no, quienes alguna anécdota bonita habrán escuchado acerca de ella. mom

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